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domingo, agosto 16, 2009

La función de la clase política o de quién se preocupará por mi pronunciación en inglés

Marcela Ávila Eggleton

Terminó la euforia. Con las campañas se fueron las infinitas posibilidades que me ofrecían los partidos. El desgano vuelve a ser parte de mi rutina cotidiana. No tengo en qué creer. ¿Quién me ofrecerá vales para medicinas o se preocupará por mi pronunciación en inglés?

Me quedan pocos motivos de esperanza, algunos espectaculares y bardas olvidados de la campaña o algunos otros agradeciéndome su voto, como si el ganador ingenuamente pensara que voté por él.

¿Por qué me intereso en política sólo cuando hay elecciones? Probablemente porque como ciudadana tengo la visión errónea de que los políticos se dedican exclusivamente a velar por sus intereses a costa de los míos y que, una vez que logran su cometido, vocifero que no volveré a permitirlo, claro, hasta que vuelve a suceder.

Sin embargo, la política es ―o debiera ser― un tema central en la vida de cualquier mexicano que se precie de serlo.

Claro que si yo no trabajo para el gobierno, ni soy beneficiario de programas sociales y vivo en una colonia donde el gobierno municipal cobra predial pero se deslinda, hasta donde puede, de prestar servicios públicos ―ya no digamos servicios públicos eficientes―, ¿por qué demonios tengo que interesarme en política?

El asunto es simple, la supervivencia de nuestra clase política es el motor más poderoso para la reactivación económica nacional. Sí, ya sé, la crisis global, la crisis en el mercado inmobiliario, los precios del petróleo, la quiebra de las grandes automotrices. Pero todo eso es secundario si asumo mi papel como ciudadana.

La clase política mexicana es aquella que tiene como primera prioridad generar conflictos irresolubles al interior de los organismos políticos a los que pertenece como medio de mejorar su capacidad de confrontarse con sus opositores ―y no necesariamente en términos ideológicos y de políticas públicas― es un recurso inagotable de reactivación económica.

Mantener una clase política inepta es un motor para la economía. Si no existieran, ¿quién mantendría a flote a los principales restaurantes del país? En estos tiempos de crisis global sólo los altos funcionarios y los legisladores pueden darse el lujo de comer en restaurantes, ya no digamos en restaurantes de lujo.

Sólo ellos pueden viajar varias veces al año en primera clase, asistir a los principales destinos turísticos del país para debatir los grandes problemas nacionales, cambiar de auto cada año, no sólo para ellos sino para sus escoltas.

Además de lo anterior, impulsan el desarrollo de la industria textil porque no sería digno de un político mexicano presentarse en una reunión de altos vuelos con un guardarropa que no estuviera a la altura.

La industria de la tecnología también recibe los beneficios de nuestra clase política: celulares, agendas electrónicas, mecanismos de intercomunicación y demás gadgets tecnológicos sólo pueden ser adquiridos, utilizados y presumidos por nuestros representantes.

Asimismo, coadyuvan a las buenas relaciones internacionales y a fortalecer los lazos de México con el mundo visitando e invirtiendo en otras naciones. Son una fuente inagotable de productos para el entretenimiento nacional iluminándonos con su comicidad involuntaria.

Imagínese lo que podríamos lograr con esta clase política tan refinada, servicios de primera que harán que eventualmente el servicio que se brinda en primera clase en una aerolínea se preste en el IMSS o a los derechohabientes del seguro popular.

Porque nuestra clase política no abusa de sus prerrogativas, al contrario, está probando y evaluando los servicios de primera para implementarlos como modelo de los servicios públicos en los tres órdenes de gobierno: la salud, la educación, el transporte.

Nuestros servidores públicos son visionarios, no hacen otra cosa más que pensar en un México mejor para todos los mexicanos.

Es por ello que debo repensar mi papel como ciudadana, dejar mi posición de ciudadana bananera, criticando a mis representantes por hacer su mejor esfuerzo con miras al desarrollo nacional.

No puedo mantener el discurso de que los representantes no me representan ni que gasto hasta el 35% de mi sueldo para mantener a cientos de legisladores y funcionarios ineficientes y corruptos.

Es claro, nos debemos a nuestra clase política, sólo ellos pueden resolver el rezago educativo, cultural y económico.

He pasado la mayor parte de mi vida adulta quejándome y criticando a nuestra clase política, sin caer en la cuenta de que esta visión de ciudadanía ingenua no me permite darme cuenta de que en ese sector al servicio de la nación recae la solución a todos nuestros males.

Y pensar que este 5 de julio anulé mi voto.

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