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miércoles, septiembre 20, 2006

Sociedad- Fiestas patrias


“El Gallo Colorado” la pulquería que retrata el verdadero rostro del Querétaro popular

Héctor Hernández Hernández

La verdad no es que yo sea pedo, pero pues la mera verdad es que no queda otra cosa qué hacer. Ira, yo ayer era empleado de una gasera que está aquí cerquita, por la 5 de Febrero, y mírame ahorita, tupiéndole macizo aquí en la pulquería porque no hay otra cosa qué hacer, me despidieron y pues ni modo, digo, puedo ir a buscar trabajo, pero pues mejor otro día, ¿no?.
Eran casi las tres de la tarde, la plena luz del día. El sol brillaba refulgente en la ciudad de Querétaro. Hacia calor, se podía sentir en todo el cuerpo los 29 grados centígrados de temperatura que no daban tregua a nadie y hacía que muchos se refugiaran bajo de cualquier cosa que hiciera sombra. En las calles se veía a la gente cubriéndose la cabeza con algo para que el sol no les cayera a plomo. De verdad que pegaba duro el güero.
--Ese es el sol que te pone prieto. Yo por eso prefiero quedarme aquí adentro, aquí está más fresquecito, más a gusto ¿no?-- decía el “dragón” asiduo parroquiano de la pulquería “El Gallo Colorado”, quien sostenía una botella de curado de apio que se apreciaba fría y que con singular gusto se la llevaba a la boca para darle un enorme trago.
Adentro de este local, que ya se ve adornado por papel crepé con los colores nacionales, la vida transcurre a un ritmo distinto del cotidiano, se siente otra atmósfera dentro de este recinto. Todos participan de esta misma sensación: aquí dentro se comparte el mismo gusto, se comparte la misma afición por una cerveza o por un pulque; pero sobre todo, aquí se comparten las penas, las alegrías, las tristezas y las dichas.
--Y es que, en la cama y en la cárcel se conocen a los amigos—dijo uno
--Pérate, pérate... yo soy su amigo pero ¿pos cuando nos han metido a la cárcel o nos hemos acostado juntos, méndigo?—le respondió el otro.
-- No, no, pos es que así dice el dicho. Pero bueno, mejor hay que decir, “en la cama y en el chupe se conocen a los amigos”
-- Ándele, así. Quedó hasta con albur y toda la cosa.
Este negocio, ubicado en el barrio de San Roque, nunca está solo, sus paredes blancas y adornadas con fotografías de gallos giros y colorados, siempre tiene a gente que viene a tomarse una cerveza, un pulque o un curado de alguna fruta. Hay de los que llegan, toman un litro de pulque y se van, hasta los que parecen que ya son parte del inventario del negocio porque siempre están ahí: son los primeros en llegar y son los últimos en irse.
-- Es que mira, si nos vamos a la casa, luego luego nos dice la señora ‘oye, ya estás borracho otra vez, mejor salte de la casa’ y pues uno tiene su corazoncito. Por eso mejor nos quedamos aquí. ¿A poco no?—menciona un señor como de 50 años.
-- Es que usted tiene la culpa compadre, ya ni la chinga. Viene usted y se pone bien cuete todos los días. Debería usted ver por su mujer... por sus hijos ya no porque ya están grandes, pero por su mujer sí, debería usted ir a chambear, a darle al trabajo... – le responde su amigo.
-- ¿De veras compadre, usté lo cree?
-- No, la verdad no, namás me lo estaba vacilando, compadre. –responde el amigo y ambos sueltan una sonora carcajada.

Al rato llega más gente, tratan de buscar lugar dónde sentarse porque las sillas y las mesas ya están ocupadas, sin embargo los que están sentados se recorren para que puedan acomodarse algunos. Dentro de este negocio, que inició sus actividades allá por la década de los setentas, se ve todo tipo de gente: personas de la tercera edad, jóvenes, señores y hasta mujeres. Aquí a nadie se le niega la entrada, a excepción de los menores de edad, que por Ley tienen prohibido el acceso. Nadie se mete con nadie a menos que uno mismo provoque la riña. De buenas a primeras todos tienen cara de pocos amigos, pero sólo basta empezar a hacer plática con alguno de ellos para que se les cambie el rostro por uno más cordial y amable.
Todos y cada uno tienen sus historias qué contar, no existe alguna persona que no tenga una anécdota a flor de labio para platicar a los presentes:
-- Mira, te voy a contar la vez en que yo conocí al presidente López Portillo—comenta uno de ellos.
--¡Aah, no friegues Ezequiel, esa historia ya la has contado un chingo de veces!—le respondieron al unísono dos amigos de él.
-- Oh, pero acá el joven no se la sabe, déjenme se la cuento para que sepa cómo estuvo el asunto. Mira, todavía me acuerdo, estaba yo chamaquillo. Fue como en el año de mil novecientos setenta y… setenta y... ¿o era ochenta?... bueno, yo creo que mejor te cuento otra historia porque de esa ya no me acuerdo...
De instante suena en la rocola una canción que hace que todos los asistentes se emocionen y empiecen a cantarla. Estaba sonando Rigo Tovar con su canción de “El Testamento”, y todos la coreaban. Los más aventados se paraban e invitaban a las señoras a bailar, quienes no se negaban a concederles la pieza y empezaban a raspar suela en el centro de la pulquería. Era toda una escena folclórica propia del ambiente de “El Gallo Colorado”
-- No’mbre, y no has visto cómo se pone los sábados, viene más gente y más gordas y se arma más bueno el bailongo. También sacan el molcajete grandote y hacen una salsa bien picosa, ponen ahí las tortillas para que te hagas un taco de salsita martajada, con harto chile y jitomate. Mira que te aliviana rebien, porque entre lo que se te baja lo pedo y lo picoso de la salsa, pos vuelves a pedir otro pulquito. Es como plan con mañana pero sabroso ¿no?.
Sí, el tiempo pasa distinto dentro de ese recinto, porque al rato llega el dueño a decirles a los consumidores que vayan guardando todo porque el lugar va a cerrar, algunos le contestan con mentadas pero la mayoría acepta que ya es hora de irse. Son las siete y cuarenta y cinco de la tarde. Todavía alumbra el sol, sin embargo se ha amansado a comparación de mediodía. Nunca falta quien pide un último alipus para llevar: “Es que es para ahora que me vaya a dormir, porque si no, no pego pestaña en toda la noche”, menciona el individuo.
Mañana será otro día dentro de la pulquería, mañana será otro día en esa peculiar atmósfera y el ritmo distintivo de “El Gallo Colorado”, con nuevos visitantes y los consuetudinarios de siempre, mañana será otro día para cada uno de los parroquianos que bien podría llamárseles continuadores de la cultura porque gracias a ellos hacen que siga viva una de las tradiciones más ricas en folclor mexicano y que en este mes de la patria se recuerdan más, ellos mismos son los que mantienen viva una de las tradiciones que está a punto de caer en el olvido en esta nueva sociedad queretana.

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