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miércoles, septiembre 27, 2006

381 Opinión Democracia

¿Qué es la democracia?

Gonzalo Guajardo González

Las inquietudes que en México se están viviendo a partir del 2 de julio de 2006 obligan a abordar constantemente temas como el de las elecciones, o el de las diferencias y los parecidos entre legitimidad y legalidad, o el de la soberanía de los pueblos, o bien el de la democracia misma. Por ello no es raro que, casi tres meses después del proceso de votación, en nuestro país se siga discutiendo el asunto.

Tribuna de Querétaro no puede permanecer al margen de esas inquietudes, porque es un periódico que se debe a la población y a sus intereses. Por eso, si bien con el intento de proponer visiones alternativas, todavía sigue tocando el tema que se abrió desde que comenzaron las campañas electorales en México para la presidencia nacional que comenzará el próximo primero de diciembre.

En vistas a lo anterior, aquí se presentan algunas consideraciones, inspiradas en lo que el pensador italiano Giovanni Sartori propone en el tomo II de su texto Teoría de la democracia (que se ocupa de los problemas clásicos), y que publica Alianza Universidad (edición mexicana de 1994). No se respetará todo lo que él dice, pero sí se mantendrá el hilo de sus reflexiones.
Sartori aclara adecuadamente que, al usar la palabra “democracia”, queremos decir algo. De lo contrario, esta palabra sería meramente un ruido o un sonido sin sentido.

De esta manera, al plantear que uno quiere decir específicamente algo al usar ciertos términos o expresiones, queda uno envuelto por la idea de la definición –esto es, lo que se quiere decir con tal o cual palabra–. Para continuar con Sartori, se tiene que afirmar que definir es dar cuenta o bien del significado que de por sí tiene una palabra, o bien del significado más aceptado, o del que el autor al que uno alude –o incluso uno mismo– quiere asignarle. En tal contexto, un significado es léxico (el que tiene la palabra o la expresión usada) o estipulativo (el que se decide dar en un momento dado).

Para ir a una explicación extrema, se puede decir que la definición estipulativa es, en último término, arbitraria; esto es, que cada quien dice lo que se le pega en gana con las palabras que usa a cada momento. Pero hay que concluir que, si tal fuese el caso, uno se encontraría en la situación de no poder decir nada, porque no hay manera de saber qué se quiere decir al pronunciar cada palabra o expresión.

Ése sería el caso de la palabra “democracia”, pongamos por caso, pues ahora se pretende hablar de ella. Si las palabras fuesen meramente arbitrarias, como se sugiere arriba, entonces no se podría decir nada ni pensar nada de la democracia; de la misma manera que no se podría decir ni pensar nada de cualquier otra cosa.

Sin embargo, es indudable que las palabras son arbitrarias, pues son signos lingüísticos; esto es, el uso de una palabra no corresponde necesariamente con un concepto y un concepto no se expresa necesariamente mediante una cierta palabra.

Así, para poder hablar de la democracia –por seguir con el tema– y elaborar teorías a propósito de ella, es preciso convenir en su definición.

En rigor, sin embargo, sólo existen definiciones estipulativas, es decir, que significan lo que uno quiere que signifiquen. No hay nada “en sí” que justifique el significado único de las definiciones léxicas. A lo más, se puede decir que el significado que uno le está reconociendo en un momento dado tiene mayor y más amplia tradición y aceptación que otros significados posibles.
Según Giovanni Sartori, las definiciones (o sea los significados) lo son
Por su valor de verdad: o son verdaderas o son falsas; pero no lo son por sí mismas, sino porque los hombres tienen ciertos conocimientos y, apoyados en ellos, dan tal o cual contenido o significado a sus palabras y conocimientos. Terminan siendo, pues, estipulativas, según ya estaba señalado desde el principio.

Por su índole normativa, es decir, al adoptar un vocablo se decide que signifique tal o cual cosa: “mesa” o “anteojos”, por ejemplo, no son palabras que de por sí tengan el significado que les “reconoce” uno a esas palabras, sino que se ha estipulado que signifiquen lo que se quiere decir con ellas. Terminan siendo, pues, estipulativas, según ya estaba señalado desde el principio;
Por el sujeto (nosotros/yo) que las propone: el sujeto que usa una lengua la entiende de una manera determinada, una manera que no está dada por el significado en sí de esa lengua, sino por lo que han acordado significar con ella los que la hablan. Si digo “pulque”, por ejemplo, debo entender esa bebida que se obtiene mediante la fermentación del aguamiel que se extrae de cierto maguey; y no voy a entender lo mismo con la palabra “caballo” o “gris” o cualquiera otra. Las palabras, por tanto, tienen una referencia subjetiva, esto es, las palabras que uno pronuncia significan precisamente lo que uno pronuncia: lo que uno dice es, precisamente, lo que uno dice. Pero si lo que yo dice ha de tener un sentido, no puede quedarse meramente en el yo; más bien, tiene que ser reconocido y asumido por nosotros. Es que la lengua tiene un valor social; y tal vez sea ése –el social– el único valor que tiene el lenguaje. Con todo, las palabras tienen un valor estipulativo –ahora ya se convino en que ese valor es social, pero estipulativo–, según estaba señalado desde el principio.

Habría que añadir, además, lo que ya plantea Marx en su segunda Tesis sobre Feuerbach: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica es un problema puramente escolástico”. Con ello se quiere significar que, amén de identificar el origen de un vocablo –de dónde procede, qué lo origina, cómo se fragua o construye–, hay que preguntarse sobre su pertinencia mayor o menor para designar algo que el hombre experimenta en la existencia, en su vida efectiva. No se puede justificar una palabra o una expresión meramente “porque sí”; con ella se tiene que poder dar cuenta de la realidad o de una parte de ella.
Si no se reconoce lo anterior, no se puede aceptar el pensamiento, la comunicación, la sociedad y al hombre mismo.

¿Qué se dice, entonces, cuando se dice “democracia”? Ya se dejó advertir o sugerir que su significado es estipulativo; pero habrá que advertir, igualmente, que la estipulación no es necesariamente “arbitraria”, esto es, no significa “lo que a cada quien se le viene en gana”, que se modifica en un “aquí y ahora” siempre nuevos. La arbitrariedad, si significa capricho, termina haciendo inútil la lengua e imposibilita al ser humano comunicarse, pensar y ser.
Una convención lingüística puede significar el producto de un acuerdo (consciente y voluntario o inconsciente e involuntario), unido al esfuerzo de ofrecer la novedad que exige el tiempo y el espacio en que se usa la lengua con ciertos significados. Esto es, con el paso del tiempo, los hombres se van expresando de una cierta manera que es entendida por todos precisamente en el sentido en que se quiere decir. Asimismo, es indudable que el lenguaje implica experiencias localizables en el tiempo, es portador de los esfuerzos y los conocimientos humanos en diversos lugares y ámbitos.

Las palabras y los conceptos no están aislados. Forman campos semánticos. Su valor es, como su existencia, sólo posible en conjunto, como parte de un grupo (semántico, social e histórico). Lo que pase con unas palabras, pasará con todos los demás vocablos y formaciones que integran el campo.

Por todo lo dicho antes, ¿es posible responder a la pregunta “qué es la democracia”?
Siguiendo lo expresado antes, el contenido de la palabra “democracia” está dado ex definitione, dentro de un contexto. No se puede hablar de la democracia de manera aislada. Sólo se podrá hablar con sentido de la democracia si se echa mano de la experiencia histórica, si no se quiere definir a la democracia de una vez para siempre y al margen de lo que los grupos humanos piensen al respecto. La historia es magistra vitae (maestra de la vida), pero también es magistra definitionis (maestra de la definición). El lenguaje mismo es historia.

El significado de la democracia tiene sus raíces en la historia. El término y su significado no se inventan a cada momento por cada individuo o cada generación.

No se puede negar, además, la índole “ideológica” de lo que se diga al responder a la pregunta “¿qué es la democracia?”. Se formulan preguntas para obtener respuestas, no sólo por parlotear. Hay una expectativa específica en cada caso. Y tal expectativa imprime, ya, una orientación a lo que se diga como respuesta. La pregunta crea la respuesta; la respuesta no es independiente y ajena a la pregunta. La pregunta imprime, entonces, el sentido de lo que se pregunta y, por tanto, también la orientación de la respuesta que se dé. No hay respuesta ingenua e inocente, porque la pregunta a la que responde no es, tampoco, ingenua e inocente. Lleva siempre una carga determinada de intenciones y expectativas; está, pues, configurada ideológicamente.
Alguien podría argumentar que, al preguntar por la democracia, no preguntamos por lo que fue, sino por lo que es y por lo que será. ¿Qué tiene que ver el pasado con nosotros, si ya fue y no lo podemos remediar? Habría que dejarlo atrás. La única respuesta que se me ocurre ante esta objeción es que somos seres históricos, que no es poca cosa; somos seres en el tiempo. Eso quiere decir que el hombre no se puede mover de manera ajena a lo que ha acontecido, a lo que está sucediendo y a lo que se espera o se advierte que habrá de suceder. Aunque lo llamemos “pasado”, el pasado es nuestro presente y nuestro porvenir, así como el futuro es lo que nos está moviendo y, por tanto, está “empujándonos desde atrás” (¿o “desde adelante”?) en nuestras decisiones, acciones y comprensiones.

En la política no hay fundamentos inamovibles, al estilo de realidades esenciales que “estén tras las apariencias”. Por ahí no puede ir la búsqueda a propósito de lo que “sea” la democracia. Pero sí se puede caminar en la búsqueda de argumentos que le den consistencia y sentido a la pretensión democrática.

Por ello no es legítima la pregunta de si es verdadera la democracia. En todo caso, lo que cabría preguntarnos es si, dadas las condiciones actuales, vale que optemos por la democracia, según cómo la entendamos y la queramos realizar. Pero ese “entender la democracia” no es un problema abstracto, sino típicamente específico; es decir, según cómo entendemos la democracia, esperamos que nuestra vida se conforme o no según ella.

gguajardoglez@hotmail.com

NB. El 2 de julio de 2006 voté por AMLO. Si en esta semana se repitiesen las elecciones, volvería a votar por Andrés Manuel López Obrador.

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