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miércoles, septiembre 27, 2006

381 Política Crónica CND

“¡Libro por libro, escuela por escuela!”, gritan intelectuales
“No se vayan, una lluvia no puede con el movimiento, ¡vamos!”: Una crónica sobre la CND
Es ahí cuando las olas antes dispersas convergen y se convierten en un poderoso mar.

Rubén Cantor

Se abren las puertas del metro y veo delegados dispersos mostrando con orgullo su gafete colgado al cuello. Aún se puede caminar cómodamente por el subterráneo pues es temprano -las dos de la tarde aproximadamente- para que dé inicio la Convención Nacional Democrática. Conforme subo las escaleras de la estación Bellas Artes voy tomando conciencia de la ola de personas, todas con un mismo destino, en la que estoy sumergido.

La calle Francisco I. Madero, por la cual me dirijo al Zócalo, luce desnuda después de haber estado adornada con casas de campañas durante 47 días; ahora sólo quedan los vendedores ambulantes que acompañaron a los miembros de la resistencia civil. Lo que más me llama la atención dentro de la infinidad de productos con la imagen de Andrés Manuel López Obrador fueron los pejellaveros, éstos bien hechos y a un módico precio.

La plancha del Zócalo todavía no se encuentra atiborrada, lo que me da la libertad de recorrerla y observar a la gente que espera ansiosa el momento de votar y escuchar a su dirigente social. Entre la multitud hay un caso curioso: un joven turista norteamericano tomando clases de historia de México por parte de un simpatizante ya mayor de edad. Éste le explica las irregularidades que se dieron en el último proceso electoral para contextualizar las razones de la convención; “hasta el puñetón de Aznar metió las manos en la campaña del PAN, ¿si sabes lo qué significa puñetón, no?” y el gringo asiente lentamente con la cabeza, pero al parecer sin entender claramente lo que se le pregunta.

“¡Libro por libro, escuela por escuela!” gritan varias decenas de intelectuales, encabezados por el escritor Paco Ignacio Taibo II, que marchan alrededor de la plaza mayor acechados por fotógrafos que buscan el mejor ángulo. Cerca de ellos, en la zona reservada al estado de Aguascalientes, estudiantes y maestros de la Universidad Nacional Autónoma de México también se acercan con consignas en un grupo mayor al punto donde se llevará a cabo el acontecimiento histórico.

Para refugiarme de los intensos rayos del sol me coloco en la banqueta del Monte de Piedad, misma que posee un techo sostenido por numerosos arcos, donde una gran cantidad de personas pertenecientes a los contingentes de los estados de Jalisco, Guerrero, Coahuila, entre otros descansan recargados en la pared o recostados en el suelo. La diversidad cultural se acentúa al andar ese tramo e ir distinguiendo las particularidades en la formas de hablar dependiendo del área en la que estés.

Ya casi van a dar las tres de la tarde y la asistencia aumenta considerablemente, como si la mayoría esperara hasta el último minuto para acudir a la cita, al mismo ritmo que la afluencia de los gafetes; es reducido el número de delegados que los cargan con la mano, todos los demás lograron hallar el aditamento necesario para adherírselo al pecho; topándome entonces con objetos desde agujetas, seguros, hilos de plástico, listones tricolores, cordones y hasta los mismos botones de las camisas. No hay excusa para no portarlo adecuadamente.

En las calles aledañas a la convención, la presencia de personas es intermitente; pasan sólo momentáneamente dándole un aspecto olvidado y triste a las viejas calles del centro histórico de la Ciudad de México. Esto a excepción de las que cuentan con puestos de comida, ya sean tacos o quesadillas, que siempre tienen clientes.

Como a las cuatro y media empiezan a descender de los cielos, sin previo aviso, gotas de lluvia que no amenazan con prolongarse demasiado tiempo. Sin embargo de repente van subiendo de intensidad hasta transformarse en aguacero y por suerte me alcanzo a resguardar en las afueras de una tienda pequeña. Desde este punto percibo la retirada tanto de simpatizantes que se han empapado completamente como de los que se han mantenido secos gracias a sus paraguas.

Una señora que habla por teléfono celular con su esposo, le pide el favor de recogerla en el metro Allende, al que por cierto muchas personas se dirigen, ya que no pudo encontrar a sus amigas, “todo está muy mal organizado y no pude encontrarlas” le contaba a su marido un poco enojada mientras caminaba aceleradamente. También unos cinco jóvenes pasan a lado de mí, mas éstos se detienen unos minutos a decidir qué es lo que van a hacer; por su manera de hablar se sabe que provienen de un estado del norte del país; buscan una zapatería, pues no han traído cambios de ropa y temen enfermarse. Momentos después llegan a protegerse de la lluvia dos muchachas italianas que platican con un señor sobre las capitas o impermeables caseros hechos con bolsas de plástico, “siempre tienen algo para cualquier situación, son muy ingeniosos” dice una de ellas en un español difícil de entender refiriéndose a los vendedores ambulantes.

Una media hora más tarde la lluvia cesa y de un megáfono provienen estas palabras: “No se vayan, una lluvia no puede con el movimiento, ¡vamos!”; para después repetir él mismo la consigna “Obrador, Obrador, Obrador”. Aún con este tipo de esfuerzos la gente continúa yéndose.

A pesar del mal clima y del brutal cerco informativo que mantiene en la inexistencia al movimiento, cuando el reloj se acerca a las cinco de la tarde y Elena Poniatowska se prepara para dar las palabras inaugurales de la convención, decenas de miles de delegados, provenientes de las más diversas regiones de la República Mexicana, se aproximan hasta abarrotar el Zócalo capitalino y sus alrededores. Es ahí cuando las olas antes dispersas convergen y se convierten en un poderoso mar.

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