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miércoles, septiembre 20, 2006

Sinfonía en cinco movimientos
Gonzalo Guajardo González
I
En un texto que publiqué en noviembre de 2005, en esta misma sección de Tribuna de Querétaro, reseñé la ponencia con que el Dr. Adolfo Sánchez Vázquez clausuró el congreso nacional –y en esa ocasión también internacional– de filosofía. Dicho congreso se celebró en Morelia, Mich., como acontecimiento último de una ya larga cadena de congresos de filosofía en México que comenzó en 1974.
En noviembre del año pasado hablaba Sánchez Vázquez de los cuatro humanismos que la historia de Occidente ha registrado: primero, el de los griegos; segundo, el de los cristianos medievales; tercero, el del capitalismo; cuarto, el del socialismo. Decía entonces Sánchez Vázquez que el humanismo socialista es el más omnicomprensivo de todos los humanismos que realmente han existido en la historia porque incluye a todos los hombres, sin importar su condición social, su pertenencia a tal o cual grupo, estilo de vida, características socioideológicas, raciales o de cualquier otra índole.
En aquel momento, Sánchez Vázquez añadía que el humanismo más completo sólo puede ser entendido bajo dos perspectivas simultáneas: como socialista y como ecologista. La época en que vivimos no nos da oportunidad de pensar y vivir el humanismo de una manera más acertada que ésa.
II
Ahora me centraré en el ecologismo, que no es otra cosa sino la tematización de la naturaleza. Pero esta tematización no consiste en referirse a la naturaleza como un “objeto allí enfrente”, del que hablamos como de un algo que nos deja indiferente y que, tal vez, acapara nuestra atención sólo para poderlo hacer a un lado y continuar nuestro camino. Así sucede, por ejemplo, cuando uno camina por un sendero y se encuentra con una boñiga; se da un pequeño rodeo para no pisarla y, enseguida, continuar el paso que uno llevaba: la boñiga se queda atrás y uno es indiferente a lo que posiblemente el futuro le depare a esa interrupción del caminar.
No; lo referente a la ecología es hoy algo muy diferente. La palabra (“ecología”) y su concepto están actualmente en el lenguaje y en la preocupación de los seres humanos. Ya no pertenecen a la exclusividad de especialistas o investigadores. Hoy aparecen y reaparecen en la conciencia de los hombres; porque nos atañen a todos. Y es que la ecología se refiere, en primerísimo lugar, al cuidado de nuestro planeta Tierra –y, si es lícito decirlo así, de nuestro sistema planetario.
Este planeta, vistas bien las cosas, no es otro más que nuestra casa. No tenemos a dónde irnos a vacacionar fuera del planeta; no tenemos otra opción de vida aparte de nuestro planeta. Aquí nacimos, aquí hemos vivido y aquí moriremos. Todos nuestros afanes se realizan o se frustran en nuestro planeta. Por tanto, la Tierra no significa sólo un lugar en el que estamos, sino que nosotros mismos somos la Tierra. Por tanto, todo lo bueno (o malo) que le acontezca a la Tierra nos acontece igualmente a nosotros.
Por ello muchos ecologistas exclaman conmovidos que nos debería interesar, más que nunca, la Tierra, y que todos somos responsables de lo que acontezca con ella, bueno o malo.
Es grave, sin embargo, que la mayoría de los hombres no se percata –pues su imaginación no alcanza siquiera para ello– de los daños tan graves que se le ocasionan al planeta con los desechos que diariamente producen los seres humanos, con todo lo que entierran en los suelos o arrojan en los basureros, con las sustancias que vierten en las aguas de ríos y mares o con los gases contaminantes mediante los que infectan el aire.


III
El cuidado de la Tierra es algo grandioso. Y, paradójicamente, es algo que se logra en las pequeñas acciones del “día con día”. Es grandioso porque se refiere a nuestro planeta; pero es algo que se logra en el actuar cotidiano, porque sólo esa constancia del quehacer de cada día puede lograr el cuidado del planeta. Como, por ejemplo, al barrer y trapear una habitación; es verdad que una buena pintura la ayudará a “estar presentable”; pero no hay nada como limpiarla cotidianamente para que sea atractiva, a pesar de su pobreza.
De la misma manera –y siempre en referencia al cuidado del planeta Tierra–, hay que preguntarse cómo puede uno separar la basura o a cambiar de detergente. Aun cuando no se sepa claramente sobre el asunto, queda claro que separar la basura en orgánica e inorgánica –por ejemplo– ayuda a que se reaprovechen los recursos y a que el desperdicio se reduzca al mínimo; queda claro que usar tal o cual detergente ayuda a no contaminar el ambiente con una sustancia que tardará, tal vez, quinientos años o más en disolverse.
En nuestros días es indispensable tener conciencia ecológica, que no consiste en otra cosa sino en hacer conciencia del problema que significa la contaminación. Sólo entonces se habrán de ver las soluciones posibles para, luego, luego ponerlas en acción.
IV
Cinco siglos han servido para acostumbrar al ser humano a recibir, sólo a recibir. En la práctica, eso ha significado “explotar y volver a explotar” a la naturaleza, a todos los recursos naturales, a los vegetales, a los animales y al planeta en general. Nadie ni nada nos ha enseñado a hacerlo en sentido contrario; esto es, a dar o devolver algo a esas plantas, animales y al planeta. Tal tipo de pensamiento tiene que cambiar, tiene que ser en ambos sentidos.
En caso de que el hombre continúe con la misma lógica: “todo para nosotros y nada hacia el otro lado”, entonces continuará lo que hasta ahora: un desequilibrio cada vez mayor y un planeta que se contamina y que es destruido día con día.
V
En caso de seguir produciendo materiales no degradables y tóxicos (tales como unicel o plásticos) al mismo ritmo que hasta hoy, y en caso de seguir tirando bolsas de basura, tal contaminación puede resultar en que los basureros sean insuficientes y la contaminación (del suelo y del agua) llegue a niveles insospechados.
Si el hombre sigue vertiendo los desechos, detergentes y tóxicos de las ciudades y fabricas en ríos y mares, así como derramando el petróleo, habrá de llegar un momento en que el desequilibrio en el planeta haya sido demasiado y que ya no pueda ser soportado por los habitantes de lasa aguas de la Tierra. Entonces, muchos de ellos pasarán a ser un número más en la lista de seres que se han convertido en animales extinguidos, y tal vez entonces el nadar en un río o en el mar se convierta sólo en un recuerdo.
Si el hombre se empecina en seguir arrojando al aire los gases contaminantes que retienen calor en el planeta, procedentes de millones de autos y máquinas, así como sustancias que acaban con la capa de ozono, y se sigue cerrando los ojos a otros tipos de energías alternativas diferentes al petróleo, el hombre habrá de ver un mundo sobrecalentado peligrosamente, con un sol que, sin la capa de ozono mantenida hasta ahora, queme la piel y pueda matar de cáncer, con árboles, plantas y lagos que se secan, y con hambre, plagas y enfermedades que aumentan.
Por eso es necesario primero conocer los problemas que los hombres mismos están creando con desechos y contaminantes, y, después, aportar ideas nuevas para minimizar o evitar estos desechos, para revertir sus efectos y luego para restaurar los daños.
Héte aquí la importancia de hacer que este tipo de información sea conocida tanto por los adultos como también por los niños de este planeta. Es más probable que a ellos les toque vivir los efectos de nuestras decisiones y acciones.
Sólo trabajando juntos, sólo con la voluntad conjunta de todos los hombres, se logrará el que ese ente –nuestro planeta– sea propiamente el hábitat humano y que corresponda a las aspiraciones humanas: aprovechar lo que el planeta ha otorgado a los hombres, y así poder vivir en perfecta convivencia con los aires, tierras, mares, plantas y animales que sostienen al mundo y lo alimentan.
P.D. Por cierto, el pasado 2 de julio (de 2006) voté por Andrés Manuel López Obrador. Si en esta semana se repitiesen las elecciones, volvería a sufragar a favor de AMLO.

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