Texto y fotos: Lizeth Freyre29 de abril. Querétaro, Querétaro. Un supermercado sin mucha clientela, pero estantes casi vacios delatan el paso de la gentío que transitó por los corredores.
Los enormes refrigeradores están vacios, la comida congelada ahora pertenece a otros, en platos de otros, en neveras de otros. La carne escogida da un tono rojo blanquizco a los estantes semidesiertos, huecos en los aparadores, espacios vacios en las frutas. En el lugar de las naranjas, ha quedado un letrero huérfano de jugo: “Naranja $26.65”
Aún faltan un par de días para la quincena y una mujer de cabello oscuro, con vestido azul primaveral, con su rostro libre de cubrebocas, comenta a su amiga: “es la segunda vez que vengo el día de hoy”.
El estante donde habitan los frascos de alcohol, ahora recomendados para disminuir el riesgo de contraer fiebre porcina, parece como el escenario de una batalla derrotada: pocos soldados de pie; mientras que la caja de farmacia el letrero “Cubre boca agotado” anula a la vista el “Chedraui, bienvenidos”.
Las cajas sin filas atendidas por mujeres de rostro cansado que pasan sin cesar los productos como presas hipnotizadas del ruido de la registradora. Este es el escenario de las compras de pánico en el segundo dí
a en donde Querétaro vivió con el temor a la influenza porcina.
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